Más allá de las cuestiones procesales que se suscitan en el juicio del proceso soberanista, bajo la inequívoca y ejemplar garantía de los Magistrados que conocen la causa, sea dicho, más allá de la prueba anticipada y minuciosamente preconstituida, nos quedará en la mente una cuestión de no escasa relevancia como es la relativa al papel del relator internacional, de esa esperpéntica figura del “experto independiente”, que subyaciendo a todos los movimientos de desvarío que se han venido produciendo en estos últimos años -también en su concepción económica-, estuvieron a punto de colársela a nuestro Gobierno y, en ello, de desvirtuar la naturaleza que representa la tutela jurídica depositada en el alto Tribunal que lo enjuicia.
Marcada por una esmerada hoja de ruta de sus impulsores, incomprensiblemente consentida durante tantos años, sorprende la deplorable actitud de algunos movimientos populistas -incluso disfrazados de partidos políticos- en mantenerla viva, bajo esa descerebrada invocación permanente que supone el apotegma político de intentar ofrecernos una perspectiva de las cosas distorsionada, a la postre, de anteponer sus intereses particulares a los generales de España. Es manifiesto que España les cansa, y sin duda les estorba en sus objetivos.
Y es lo cierto que, mientras se pasean por la sala del Tribunal los distintos “emisarios” puestos al servicio de la causa por esos impulsores del separatismo, los mal denominados “observadores internacionales” con testificales notoriamente preparadas “ad hoc”, en un momento en que estamos concitados a emitir el voto, corremos el riesgo de olvidar que Cataluña es un solo pueblo y que ese pueblo ejerce su soberanía democrática en el contexto de una única nación-Estado, llamado España.
En esto que sea bueno hacer una llamada a no caer en el doble lenguaje populista, en la empecinada por engañosa dualidad en que pretenden desdoblar el problema catalán, así, de una parte, de definir a Cataluña como un pueblo nación con identidad propia (tesis “identitaria”) y, de otra, de señalar a España como la causante de todos los males/problemas que han devenido a su actual situación (carencias afectivas con España). La incorporación al debate de estos antagonismos no es nueva, siendo, en su explotación, una constante del pensamiento nacionalista, como decimos, distintiva y definitoria también de los movimientos populistas; en ello, su convergencia.
Por más de haberse demostrado que los movimientos sociales que han inspirado y promovido estos actos separatistas (principalmente, “ANC” y “Omnium”) han estado auspiciados, y no solo mediante subvenciones cuanto incluso -por penalmente responsables- a medio de arengas a la acción por el propio Govern, es un grito inconfundible de los populistas otorgarles su redención social, en el oscuro deseo de apoyar a medio plazo sus objetivos, porque en la confusión alcanza su meta la mediocridad.
La posmodernidad de la transformación política que albergó la Transición española del 78, entre otros cambios, ha traído la diversidad en todos sus ámbitos sociales, cierto y positivo, pero de manera reforzada en el papel de los medios de comunicación, y, particularmente, dentro de estos, de las redes sociales, al punto de que en cuestión de horas puede mutarse una opinión en su contraria. En otro orden, una acción tranquila, al menos controlada, en una reacción desproporcionada y violenta, como la que está representando el proceso separatista catalán. En eso, que el votante honesto haya de estar muy vigilante a estos movimientos.
Preocupa sobremanera que la tendenciosa estrategia de la internacionalización del “mal” llamado conflicto catalán trascienda allende nuestras fronteras, y en ese afán perverso desvirtúe la fuerza de nuestro voto. Por injusto, reprobable, más aún, porque quienes infieren ese comportamiento desleal, utilizan los recursos del Estado Español a su libre albedrío, tanto para la financiación de sus campañas contra España, como para empoderarse en su actual estatus socio-político, incluido el que supone cargar contra el erario público sus suculentos sueldos. Mal que les pese, y en eso habremos de estar atentos en estas elecciones, sea cual sea la opción elegida, España es y seguirá siendo un país soberano, social y democrático, y miembro destacado de la Unión Europea, bajo una monarquía democrática parlamentaria. En ese menester, sin duda, el votante de a pie estará vigilante.
Con todo, siempre habremos de albergar la esperanza que tras el 28 de abril, el cansino “procés” deje de ser un problema endémico, un “triste” intento de secesión, para ocuparnos de los grandes retos que quedaron aparcados por este monotema, como no, de encontrar nuevamente la convergencia con nuestros hermanos catalanes para seguir haciendo grande a España, por supuesto, también en el contexto internacional.
Jesús Verdes Lezana
Socio fundador