«Se han impuesto los sentimientos radicales frente a la cordura y el sentido común»
Mucho se ha escrito de la evolución que nuestro país ha experimentado desde de finales de los setenta en el que se alcanzó la anhelada democracia, aprobando una Constitución para todos, restaurando la Monarquía, legalizando partidos políticos, aceptando el Estado de Derecho e iniciando una época llamada Transición, que dotada de los correspondientes instrumentos nos ha proporcionado el periodo más trascendental de nuestra historia reciente en progreso y bienestar.
También es cierto que, cumplir con el sueño de pertenencia a la Unión Europea con plena legitimidad ha contribuido a convertir a España en un país en el contexto internacional con «excelente calificación en prestigio, ejemplaridad democrática y calidad de vida». No es baladí reconocer que España se ha convertido en el país preferido por millones de personas para fijar su residencia, establecer sus empresas y negocios o simplemente disfrutar de unas espléndidas vacaciones.
En este casi medio siglo de paz y prosperidad, primero ante el deseo de recuperar identidades secuestradas o escondidas que la democracia y el sistema autonómico constitucional afloraron en la gente, y por otra parte la necesidad de manifestar un estado «emocional» que nos identifica en costumbres, tradiciones, idiomas, clima y forma de ser, se ha producido en el territorio español, quizá un desmesurado culto a lo identitario de pequeña dimensión y corto alcance que, alimentando sin duda el mundo emocional, se ha olvidado y abandonado «el sentimiento». El sentimiento de pertenencia colectivo de la ciudadanía sin la cual no hubiera sido posible llegar hasta aquí.
Fuente ABC Opinión
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