LA ECONOMÍA TRAS LAS ELECCIONES: Toca a rebato

LA ECONOMÍA TRAS LAS ELECCIONES: Toca a rebato

Tras este cansino y en algunos momentos tedioso periodo electoral, en la fase terminal del periodo concedido a los partidos políticos para alcanzar acuerdos de gobierno, toca que el flamante Sanchez tome las riendas cuanto antes de la política económica sobre la que se asentarán los destinos de nuestro país para los próximos cuatro años. Que en este “quid pro quo” de las complejas alianzas que se despachan entre bambalinas para constituir los nuevos espacios políticos, se despejen las dudas de las cuestiones socio-económicas relevantes que verdaderamente preocupan al ciudadano de a pie.

Sobre la base de que en el año 2015, con la irrupción de los dos partidos satélites (Podemos y Ciudadanos), se trastocó el sistema bipartidista surgido “in natura” de las sucesivas elecciones que devinieron a la Transición, derivando en lo que se ha conocido como el “bipartidismo imperfecto”. A vista y propósito de los sendos resultados electorales, bien se puede convenir que los españoles demandan la recuperación de los dos grandes bloques, centristas por centrados, sin renunciar a la alternancia. De una parte, el bloque de “centroizquierda” (abanderado por el PSOE) y, de otra, la “centroderecha” (enmarcado en el PP, por demás de las segmentaciones partidistas que una distinta interpretación en el modo de abordar el problema del nacionalismo excluyente haya tenido en el florecimiento de nuevos partidos adyacentes a este nuevo visionado -Ciudadanos y Vox-).

En este sentido, podemos decir que en el dibujo del multipartidismo polarizado en estas dos tendencias hayan triunfado los valores de moderación y estabilidad en que se asentó el modelo bipartidista saliente de nuestra modélica y ejemplar Transición, tan deseados como en ocasiones añorados. Y bien estaría que este espíritu transcendiera también al mapa y rumbo de la economía. En esto, desear que Sánchez lleve a cabo una acertada lectura y análisis de la coyuntura económica que atraviesa nuestro país, en su obligado enlace con el contexto internacional, y muy especialmente en lo que se refiere a la elección de los que serán sus nuevos compañeros de viaje en este tránsito para superar los importantes desafíos que se ciernen -con aumento de nubosidad- en el cielo económico español, en buena medida, por deriva del europeo.

A más de sano en democracia, tanto como comprensible la preocupación que concita el seguimiento de la noble tarea del futuro presidente en su decisión de esposamiento político, constituye un interés existencial conocer los acuerdos postelectorales, y de forma especial los que afectan a la materia económica. En la indubitada certeza de que es un hecho inevitable que el final del laberinto electoral nos devuelve al punto inicial, a modo de miedo escénico, nos asalta el temor (acaso recelo) de cuál será la elección que nuestro futuro presidente realizará respecto de los dos modelos que pululan en el paisaje político español y sobre los que, en un ejercicio de sabia ponderación, está en su mano deshojar la margarita de la estabilidad y confianza para los próximos años.

Y, por obligado al albur del resultado electoral, a este doble planteamiento tendrá que enfrentarse. De una parte, por inexorable, con los postulantes de convertir a España en la nueva Venezuela (a su decir, paradigma de la revolución proletaria), en ese irrefrenable e irreverente -cuando no ignominioso- propósito de transponer un modelo político-económico caduco y fracasado a nuestro país (en su indisimulado objetivo de reproducir el modelo de la primera etapa sanchista). Queremos pensar que no será cómodo para el anfitrión de esta toma de contactos encontrarse con los planteamientos y actores de tales políticas, las que han llevado a la peor versión de decadencia de un país hermano (desmesurada inflación, hambrunas, cortes de luz, ….).

No se oculta que en este papel, el que toca cumplir al futuro presidente Sanchez, más de una vez tendrá que escuchar las recurrentes soflamas de que Estados Unidos es el culpable, el que oprime al pueblo venezolano con su bloqueo económico, desterrando cualquier mínima autocrítica de las verdaderas causas que han devenido a la actual situación social y económica por la que pasa un pueblo noble. Al fin y a la postre, in fine, se trata de apostrofar las bondades de un modelo populista que configura su esencia económico-social en un incremento de la presión fiscal y, a la sazón, de un incontrolado gasto público.

En la otra atalaya visionaria, procedente de la cuna del más genuino bipartidismo representativo, deslumbra el modelo desplegado por el también populista Donald Trump. Estados Unidos, tras superar las predicciones de la apocalíptica catástrofe mundial que aventuraba la irrupción de este allegado a la política, particularmente en el orden económico (poco menos que el instigador/destructor del orden económico mundial), baja esta etapa presidencial, ha fraguado su modelo económico precisamente en una reducción de la presión fiscal como acicate del fortalecimiento de su política económica, y, en el ámbito monetario, en una liberalización/flexibilización de los tipos de interés, como paradigma del crecimiento económico.

El resultado es evidente, como lo denota el distinto bienestar de los ciudadanos en que residencian ambas políticas económicas. Mientras la economía americana está creciendo en cotas del 3% (muy superior a la alcanzada bajo el mandato de Obama), y la tasa de desempleo ha caído a mínimos desde los años 60, el modelo venezolano está en quiebra, por demás de constituir el cuarto productor mundial de petróleo.

Y si bien se podrá contraponer que está boyante situación de la economía americana tiene diafonías en el ámbito presupuestario (elevado déficit público, con un desarbolado gasto militar), la estabilidad de la economía americana es indiscutible, habiendo levantado el vuelo de manera tan evidente como prodigiosa desde que accediera al poder Trump. Ergo, que más allá de los valores que caracterizan a los regentes de turno, debamos centrarnos en sus políticas, en el grado de cohonestación de éstas con el nivel de vida o aporte a la mejora del estado de bienestar del pueblo. Aún de keynesiana la apuesta no intervencionista del modelo económico “Trump”, lo cierto es que posicionar e incentivar al individuo como centro de generación de valor añadido, en determinados contextos/coyunturas económicas conlleva un mayor grado competitivo y, en ello, de mejora del bienestar. Bajo esta tesis, que un próximo ajuste por mantener la sostenibilidad del sistema americano a buen seguro tenga que pasar por una inaplazable reforma del gasto social, y dentro de este del sistema de pensiones (Obama puso muy alto el listón en esta carencia), en detrimento/reducción del gasto militar. En los nuevos tiempos, la coyuntura manda.

En el otro obligado referente, tenemos que la economía europea languilece de forma notoria en el contexto internacional. La desaceleración de la economía europea, asentada desde la crisis del 2008, está con signos de convertirse en crónica, de cuyos síntomas se ha contagiado España, con riesgo de quedarse. La política monetaria desplegada por el BCE, basada en un control frenético del tipo de interés (al punto de llevarlo paulatinamente a mínimos históricos durante la última década) como incentivo y estímulo para elevar la inflación no está dando resultado. Y bien podríamos decir que ha conseguido el efecto contrario al deseado (estancamiento financiero), de forma que el intervencionismo de la nueva política monetaria europea esté lastrando la iniciativa privada. Los bajos tipos de interés suponen un castigo excesivo para los ahorradores y que dura ya demasiado tiempo, en ello, una falta de estímulo para la inversión privada, dañando la rentabilidad de los bancos con el riesgo que conlleva para la necesaria financiación de la economía empresarial, favoreciendo en última instancia un aumento del gasto público. Desactivar esta bomba de relojería que reposa en la mesa del BCE no va a ser misión fácil ni cercana en el tiempo, más bien requerirá de un tratamiento y solución paulatina.

En este contexto, sabedores que ningún objetivo o derecho social se consigue sin la necesaria financiación pública, no es menos cierto que la inteligencia de un político de altura pasa por saber que esos objetivos no se consiguen si no es a través de un sistema económico sostenible. En esto, de no caer en las consabidas falacias populistas que propugnan un engañoso intervencionismo, por más que arengado a través de ventajas de signo social, a la postre, que bajo la batuta del populismo y de los espejismos de soluciones mágicas nos lleve a repetir tristes episodios económicos vividos recientemente, y que esperamos -por aprendidos- superados. El incremento incontrolado del gasto público, en otro orden, de programas de inversiones a cuenta de las cuentas públicas en tiempos de desaceleración económica (al caso, de un nuevo Plan “E”) conlleva pan para hoy y hambre del mañana, en cuanto un desaforado crecimiento del déficit público supone de empobrecimiento para las generaciones futuras.

Dios nos salve de populistas antisistema, de nacionalismos secesionistas y/o insolidarios, de patriotas efímeros sin visión de Estado. El pueblo ha dado un voto de confianza vigilado a un gobierno y, en ello, que alberguemos la esperanza que en el encendido de la mecha de las próximas negociaciones se anteponga la moderación del lenguaje como elemento para alcanzar pactos leales y duraderos; a la sazón, como el de los países que van mejor porque son estables, y son estables porque respetan las instituciones que se han dado. Fundamentos últimos de la economía sostenible y solidaria.

Jesús Verdes

Socio Fundador

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