Si esta semana pasa a la historia, será porque fue la semana en que la Generalitat de Catalunya inició una ofensiva directa contra el rey Felipe. Todo empezó cuando se publicó que Puigdemont había ordenado a Torra que no acudiese a ningún acto en el que estuviese el Monarca. De forma inmediata, el señor Torra envió una carta a la Zarzuela, firmada también por Artur Mas y Carles Puigdemont, en la que solicitaba una reunión con el jefe del Estado para exponerle “cómo se siente gran parte del pueblo de Catalunya” y le reprochaba la herida causada por su discurso del 3 de octubre.
Y ayer, la gran tormenta: el presidente comunicó que no estará en ningún acto organizado por la Casa Real y que renunciaba a la vicepresidencia de honor de la Fundación Princesa de Girona. El representante del Estado en Catalunya rompe con el jefe del mismo Estado. Nunca se había llegado a esa situación.
El señor Torra sabe, y así lo reconoce en su carta, que entre las limitadísimas funciones del rey constitucional no figura realizar actividades políticas, y la reunión solicitada lo era. Sabía, por tanto, que el escrito sería remitido al Gobierno para delegar en él el diálogo solicitado. Sin embargo, la carta se envió. Este cronista es de los que piensan que fue el primer hecho visible de una nueva estrategia independentista que ha sustituido la vía unilateral por gestos de distancia y ruptura. Esa estrategia necesita la colaboración forzada de la otra parte. Una respuesta negativa de la Zarzuela sería el argumento para poder decir después que se ha ofrecido diálogo a todos los niveles y siempre se rechazó. Empezando por el Rey. Debidamente adobada con los sucesos del 1 de octubre y el discurso del día 3, fue el gran prólogo para justificar el “hasta aquí hemos llegado” del día de ayer…
Fuente: La Vanguardia
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